Transcurría mayo del 2003. El verano empezaba a despedirse y los primeros días de frio comenzaban a aparecer. Yo trabajaba en un centro de cómputos en un subsuelo, y me pidieron que llevase unos documentos al escritorio de la secretaria de Gerencia en el segundo piso. Si bien conocía el lugar, no lo transitaba habitualmente, por lo que me era relativamente ajeno. El ala donde estaba la secretaria era una de las más pobladas, unos doscientos o doscientos cincuenta escritorios formados por “islas” de escritorios de ocho personas compartiendo espalda y con una manpara delante de sus caras que impedían ver a quienes estaban del otro lado. Las oficinas de los gerentes y directores estaban en todo el perímetro del ala. En total unas seis o siete, más alguna sala de reunión devenida en archivo. En los dos minutos que me llevaba llegar desde la entrada al ala hasta encontrar el escritorio al que iba, pensaba lo bueno que sería tener una oficina propia. Quizás no solo por la privacidad y la posibilidad de concentrarse, sino por lo que significaba.
Con el tiempo tuve la bendición de progresar en mi carrera, y en algún momento conseguí una oficina semi cerrada (o semi abierta, dependiendo el punto desde el que se mire). Me gustaba mucho, pero siempre pensaba que le faltaba intimidad para aquellos momentos donde es necesario tener una conversación sensible o tratar temas confidenciales, pero en general me gustaba no perder el contacto con “el mundo real”.
Pero el tiempo pasó, y después pude experimentar tener una oficina propia, totalmente cerrada. Debo reconocer que antes de mudarme a la oficina estaba contento… Pero no por la privacidad y por la “tranquilidad” solamente, sino también por lo que significaba (status, podría ser). Nuevamente pasó el tiempo, y descubrí dos cosas:
1. Esa privacidad y tranquilidad no eran tal cosa.
2. Ese status que creía importante no me importaba ni a mi.
Gracias a esa experiencia aprendí algo que no solo tengo en cuenta al momento de diseñar el layout de una nueva oficina en la que trabajamos o trabajaríamos con mi equipo, sino que lo recomiendo fervientemente: Las oficinas de gerencia cerradas atentan contra la compañía, porque hacen que los gerentes / directores las utilicen para las reuniones grupales, individuales, para las conferencias telefónicas, como lugar de trabajo, como lugar de almuerzo, y una larga lista de etcétera que, desde mi punto de vista, lejos de aportarle valor a la organización, contribuyen a deteriorar las relaciones.
Cuando la oficina de ese ejecutivo no es privada, y esa confidencialidad es necesaria al momento de hablar con un colaborador, por ejemplo, la práctica común suele ser ir a caminar juntos, tomar un café o conseguir una sala de reunión, dependiendo del tema que se vaya a tocar y/o la relación que se tenga con esa persona. ¿Por qué veo estas prácticas como algo que si aporta valor? Porque esas conversaciones son en terreno neutral, más propicio para evitar distracciones por parte del ejecutivo (visitas, llamadas, mails), y en mi experiencia, también porque el interlocutor lo aprecia porque puede llevar adelante esa conversación más distendido.
Lejos de recomendar que salgan a modificar sus oficinas, quería compartir mi experiencia. Ojo, también creo que las oficinas cerradas son necesarias en algunos casos, dependiendo la posición y el rol, pero en general, creo que lo mejor es tener espacios -al menos- semi abiertos para poder llevar las políticas de “puertas abiertas” un poco más allá.
¿Qué te parece?
Totalmente de acuerdo Rodo! Me acuerdo de nuestras reuniones cuando trabajábamos juntos y el diseño de las oficinas, como te relacionas con un superior (que ya de hecho ese ‘porte’ es fuerte simbólicamente) cambia drásticamente. Me queda flotando la pregunta: ¿Cómo esto se aplicaría a las relaciones ‘virtuales’ con los puestos gerenciales cuando trabajás 100% desde tu casa y tus vías de comunicación con superiores no son presenciales? Me quedé pensando en el concepto de la ‘oficina en la nube’…
Excelente post, abrazo!
Cada vez que me pongo a dibujar como quiero que sean las oficinas de mi compañía, JAMÁS pongo oficinas cerradas para la dirección. ¿Necesitas privacidad? Sala de reunión, un café o una caminata, pero la sala de reunión -como decía en el artículo- hace que ese valor simbólico del jefe crezca aún más, generando una grieta con el colaborador que tenes enfrente. Creo que escritorios abiertos y espacios que favorezcan el intercambio continuo son la mejor opción, y por lo menos a mi, siempre me dieron mejores resultados que oficina.
Abrazo!